Punto de encuentro para el que busca la Luz, su esencia, su sexto sentido. Es para quien siente la inquietud de crecer y despertar su consciencia. Inquietud por encontrar la espiritualidad intrínseca que tiene por naturaleza y su expresión en la vida y más allá de lo que ven nuestros sentidos físicos y nuestras estructuras adquiridas y aprendidas.

sábado, 5 de julio de 2008

CURANDO MIS HERIDAS

En el pasado no sólo se encuentran mis sufrimientos, sino también los recursos y los deseos que pueden permitirme construir una existencia más acorde con mis esperanzas.
Puedo repetir sin cesar que mi triste pasado me marcó para siempre, que los otros fueron injustos conmigo, y por eso, estoy condenada a sufrir.
Pero, a la inversa, puedo decir que, a pesar de haber atravesado todas esas experiencias, tengo la suerte de estar vivo.
Después de todo, lo esencial no es lo que hicieron de mí, sino lo que hago con lo que hicieron de mí.
Mi historia es el terreno sobre el cual debo vivir. Puedo lamentar que tenga pendiente en bajada, o soñar con un terreno liso, más adecuado para construir.
Pero éste es el único terreno que está a mi disposición y es sobre él donde tengo que edificar mi casa.
Estamos sumergidos a menudo en nostalgias con respecto a cosas que no se produjeron. Deploramos no haber recibido más amor o no haber tenido éxito en la vida.
Y consideramos que nuestros actuales fracasos son la consecuencia de los desastres sufridos en el pasado: una fatalidad contra la cual no podemos gran cosa y que ancla en nosotros amargura o rebeldía. ¿Por qué no logramos despegarnos de ese pasado que tanto nos hace sufrir?
Frente a la adversidad, el niño aprende a pelear o a no hacer nada.
A adaptarse o a rebelarse. Si se adapta, recibe. Si se rebela, afirma sus necesidades.
Sólo más adelante aprenderá a ajustarse a la vida y a reposicionarse en función de nuevos datos. Pero a algunos les cuesta reposicionarse, no quieren soltar el pasado, porque lo que vivieron es muy doloroso, muy injusto.
Dicen: Fue muy duro, nunca podré reponerme. Se resignan porque creen que nada puede cambiar y así no pueden ver las posibilidades que el hoy les ofrece, o por el contrario, no dejan de luchar contra lo que se produjo antes, guardando bajo llave las frustraciones y las esperanzas pasadas en lugar de reconocer el presente.
Sin embargo, luchar contra el pasado es una lucha en vano. Para reconciliarse con la propia historia, para acogerla y ver qué podemos sacar de ella, es necesario reconocer que el pasado es pasado. Y desarrollar alguna forma de ternura hacia nuestros defectos y debilidades. ¿Qué puedo darle a mi vida a través de todo lo que sucedió?
Tampoco hay que dejar de lado los aspectos positivos del pasado.
Cualesquiera hayan sido los acontecimientos vividos, hemos desplegado una cantidad de recursos que tendemos a ocultar, que fueron y son aún de gran valor.
Darnos cuenta de nuestras capacidades pasadas es darnos la posibilidad de nutrirnos con esas fuerzas en la vida actual.
Algunas personas no logran desprenderse del pasado porque estiman que fue mejor que el presente.
La nostalgia los embarga frente a lo que no será más. Vivieron la infancia en un nido protector y no pueden hacer el duelo por la pérdida de sus comodidades.
Hoy en día, son responsables de nuestra propia vida, ya no disponemos de la seguridad que nos proporcionaban nuestros padres.
Se trata de poder decir adiós a ese período de despreocupación , enfrentar las dificultades de la vida, encontrar otros vínculos que nos permitan crecer.
Cuando creemos que nuestra vida no puede cambiar, solemos inconscientemente retomar algunos valores y creencias familiares.
Si nuestros padres creían que vivir es luchar, es probable que no advirtamos que es muy fatigoso luchar y que no luchar no es forzosamente bajar los brazos.
Para ilustrar este proceso, la siguiente anécdota: al recibir a una amiga para el almuerzo, una mujer corta en dos un pequeño pedazo de carne antes de ponerlo al horno. Su amiga le pregunta por qué lo corta. "Porque mi madre siempre lo hacía así. Pero en el fondo, no sé por qué", contesta la mujer. Y luego decide llamar a su madre para preguntarle el porqué, pero ésta le responde que no hizo más que imitar a su propia madre. Telefonea entonces a su abuela, que le explica: "Éramos doce a comer, y la carne era muy grande para ponerla entera al horno; estaba obligada a cortarla en dos".
Es así como uno puede retomar un hábito familiar sin preguntarse si todavía es valedero en sí mismo, en el actual contexto.
Otro ejemplo es la herencia.
Algunas personas, cuando hacen el reparto, guardan absolutamente todo, por fidelidad, lealtad o amor. Guardan incluso los objetos que no les gustan, sin atreverse a desembarazarse de ellos. Otros, por el contrario, tiran todo, haciendo tabla rasa. Sin embargo, sería más justo preguntarse qué nos agradaría o sería útil guardar, o lo que nos conviene tirar ya que no nos conviene.
De la misma manera, en relación con la herencia emocional de la familia, puedo interrogarme sobre lo que quiero retomar o tirar de sus conductas, de sus valores.
Y para hacer una elección que me brindará la paz, es importante reconocer las creencias, los secretos, los tabúes, la vergüenza y los sufrimientos que constituyen la parte dolorosa de mi herencia familiar, así como la ternura, la alegría y los elementos vitales recibidos.
Cuanto más vivo es un dolor, más difícil es separarse de él.
Esa dificultad no está ligada a la importancia del traumatismo sino a la complejidad de las emociones en juego. Para lograrlo, necesito reconocer la amplitud de mi sufrimiento, examinar la vergüenza, la culpabilidad o la cólera que están ligadas a ellos.
Debo elegir encontrar la manera de sanar esa herida, dándole ternura, atención, considerándola con compasión. Se trata de aceptarla más que de intentar olvidarla, y descubrir cuáles son los recursos que saco de mi experiencia.
No estoy obligada a permanecer en el sufrimiento ni a luchar contra un problema del pasado. Puedo utilizar mi historia de vida de manera positiva en lugar de volverla en contra de mí.
Lo cual me permitirá vivir mejor mi presente.

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